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¿Dónde está Dios en mi ansiedad?

Si has sufrido o sufres de preocupaciones extremas y persistentes que te quitan la paz y te desorganizan los días, este devocional es para ti.

Los pasados tres años han sido (posiblemente) los más complicados de mi vida. A pesar de que soy joven y una persona que cuida mucho su salud, sufro muchas veces de dolores de cabeza persistentes, dolores en el pecho tan fuertes que a veces creo que me dará un ataque al corazón, mareos esporádicos, ataques de pánico y ansiedad, y en muchas noches, estoy entre no descansar o soñar con cosas que me hacen creer que tengo cuatro años nuevamente y que necesito irme al cuarto de mi mamá para poder sentirme protegida. Pero no, tengo mucho más de cuatro años y mi mamá vive lejos de mí.

Estos últimos meses parece que la vida va muy lenta y a su conveniencia, y de repente ocurre algo que te detiene el alma y el tiempo por completo. Y cuando pensabas que estabas completa, se te cae un pedazo, se te rompe el corazón. Entonces caes en un estado de confusión. Te preguntas si deberías derrumbarte luego de hacer tanto progreso. Te preguntas si aún Dios te tiene agarrada de la mano o si ya se cansó de tu ansiedad. Te preguntas si lo que sientes es dolor o si todo el oxígeno de tu cuerpo se fue a un mejor lugar, a un lugar mas tranquilo. Te preguntas si en algún momento Dios ha dejado de ser justo contigo, y te molestas. Creo que aquí es cuando se te va aflojando el pecho y empiezas a sentir desesperanza. Empiezas a sentir una desesperanza que te quita las ganas de estar de pie. Te sientas. Te sientas porque tus pies no aguantan una caminata ansiosa mas. Y tus manos se duermen, se dejan de sentir. Creo que en este punto ya te das cuenta que la vida no iba lenta, iba tan rápido que parecías estar detenida en el mismo lugar, con las mismas personas, haciendo lo mismo que hacías por las pasadas dos semanas. Te das cuenta en pocos minutos que has consumido tu tiempo preocupándote y no dejando que Dios tome su lugar en tu diario vivir. Estos minutos son importantes. En los próximos minutos te das cuenta que la vida va a su paso y no te espera. No te da espacio para pausas, no te da espacio para “una foto mas, y nos vamos”. No te da tiempo extra ni te invita a contemplarla por unos segundos mas. En este tiempo se te olvida que Dios sí te regala tiempo y vida. Se te olvida que el puede detener todo dolor y toda prueba. En los próximos minutos tu alma se acerca un poco mas a tu pecho y sientes todo más pesado. Imagina ir ligero y pesado…imposible respirar. En los próximos minutos cuestionas todo lo que has dejado perder y todo lo que te ha arrebatado el apuro. La ansiedad es una realidad muy tangible y ahora que vivimos encerradas, nos confronta a diario si la dejamos.

Muchas veces nos cuestionamos si nuestra ansiedad es por las circunstancias que vivimos, un asunto psicológico o espiritual. Yo creo que toda ansiedad emana de varias áreas. No tiene que haber algo mal ajustado en tu mente o en tu corazón para sentirte ansioso. Eres humana y van a haber días en los que la fe cuesta un poco más sostener. Hay muchas cosas que contribuyen a tu ansiedad. Habla con Dios de ella, se lo mas cruda y honesta con Dios que puedas. Cuando sientas que las cosas se salen de control recuerda que tienes el poder de ponerle pausa a las cosas y tienes el poder de detener todo aquello que te aleja de la seguridad y la paz de Dios. Está bien alejarte de las redes, de algunas personas (incluso familia) y meditar en qué necesitas para que la paz de Dios sea cada vez más evidente en tu vida. Dios no te ha olvidado, no te ha dejado y no está cansado de tu ansiedad y de tus preocupaciones. Al contrario, Dios quiere que las lleves a Él. Él ama cada parte de ti, lo bonito y lo que está fuera de orden.

David mismo nos dejó un pedazo de seguridad en el salmo 23:4 que dice que aún cuando caminemos por el camino más oscuro (inserta aquí tu situación más dolorosa, aquella que te quita la paz), no deberíamos temer porque Dios está con nosotros en cada paso y el es quien nos consuela aún cuando sentimos que nadie puede entender nuestro dolor. Repite esto todos los días: “Dios está conmigo, aún cuando ni yo misma entiendo mi dolor. Dios me ama con mi dolor y quiere consolarme. Dios no me deja, no me olvida. Me ama desmedidamente.”

Dios está contigo…todo el tiempo, te lo prometo.

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