¿Hasta que la muerte nos separe?
¿Hasta que la muerte nos separe?
Esta es la pregunta que hace llevarnos las manos a la cabeza cuando nos encontramos en situaciones difíciles, y nos preguntamos si verdaderamente permaneceremos juntos para toda la vida.
Entonces el romanticismo parece hacerse a un lado, los sueños se tambalean, las ilusiones se van al piso y el futuro se torna incierto.
Sí, llegó el momento del dolor, de la angustia, de la frustración de la incertidumbre y pensamos que todo terminó. Y aún cuando esto sucede, y nos preguntamos ¿dónde está el hombre con el que me casé?, Dios nos ofrece todas las herramientas necesarias para caminar a través del problema y juntos descubrir las repuestas que nos ayudan a encontrar soluciones.
Una herramienta básica y fundamental es la oración.Cuando nos unimos en oración con nuestro cónyuge, la presencia del Espíritu Santo se manifiesta de manera natural y sobrenatural enviando luz, sosiego y paz, mostrando aquello que no podemos ver y que dificulta cultivar una relación saludable. Su pronto auxilio se hará sentir. Uno de los frutos de la oración es que nos lleva al diálogo, a la sincera conversación. Esa que lo descubre todo y no deja nada oculto. Esto requiere madurez, empatía, respeto, paciencia, abundante amor.
¿Mucho verdad?
¡Claro que sí! Recuerda que es un proyecto que dura toda una vida. Si la relación está
muy afectada, o nunca han experimentado orar juntos, entonces tú tomas la iniciativa de seguir haciéndolo aún si tu cónyuge no te acompaña.
Con perseverancia eventualmente él te acompañará.
Te habla la voz de la experiencia.
Antes que Cristo rescatara mi matrimonio, yo oraba constantemente. Renuncié a tener que separarme del hombre que amaba con toda el alma, con todo el corazón. Clamaba a Dios con todas mis fuerzas pidiendo que salvara nuestro mi matrimonio, que nos restaurara, que hiciera todo nuevo. Y lo hizo.
Esta vez lo hizo a pesar que no lo habíamos desechado en nuestra relación, tampoco le habíamos entregado voluntariamente toda autoridad sobre nuestras vidas. Cristo es la piedra angular, y si no estamos cimentados sobre él, tarde o temprano el edificio se derrumba.
Dice Proverbios 24:3 : “Con sabiduría se construye la casa con inteligencia se echan los cimientos.” La Escritura también establece que
"Quien confía en Dios jamás será defraudado.”
Isaías 49:23 y Romanos
10:11
Dos eficaces recursos que Dios nos ofrece: el don de la amistad y el del diálogo. Es maravilloso sentir que te casaste con tu mejor amigo. El que está dispuesto a escucharte cuando sientes que no puedes seguir adelante por los embates de la vida. Es una bendición el sentir que como soldado herido, nos carga cuando no podemos caminar. Es quien conoce absolutamente todo de ti. Es también esa persona quien eres capaz de perdonar porque el amor es más grande y más fuerte que cualquier dificultad. Es la amistad y el amor que honran delante de Dios y delante de los hombres la bendición sagrada de esta unión. Es decir, que la amistad y el perdón van de la mano. La amistad se cultiva y demanda mucho. Es casi imposible que nuestro cónyuge sepa lo que nos ocurre, si no nos comunicamos con él. Cultivar la amistad y el diálogo requiere amor, tiempo, confianza, disponibilidad, honestidad, sinceridad y mucha paciencia. Tienen sus altas y a veces tiene sus bajas, pero están caracterizadas por la fidelidad y la lealtad inquebrantable.
Debo enfatizar que el abuso físico o verbal en la relación matrimonial es totalmente inaceptable. No va conforme al plan que Dios ha establecido. Una cosa es diferir, discutir, y aún hasta molestarse o enojarse. Pero, algo muy diferente es herir verbalmente o agredir físicamente. Las heridas del pasado, esos dolores que el alma encierra, lamentablemente como flechas, encuentran su blanco en la relación matrimonial. Es entonces cuando nuestro cónyuge es el recipiente de nuestros dolores, heridas y amarguras en algunas o muchas ocasiones. Una buena consejería a tiempo,
cuando el diálogo no sea eficaz, es una de esas herramientas que Dios provee para fortalecernos como matrimonio, para disfrutarnos uno al otro, crecer, madurar y sobre todo corregirnos mutuamente. También nos permite ver desde afuera lo que está ocurriendo dentro. No es saludable ni emocional, ni espiritualmente menos socialmente, permanecer indiferentes a conductas que pueden estar dañando a tu cónyuge a causa de problemas emocionales.
Que maravillosa encomienda ha depositado Dios en nuestras manos para amar, edificar, proteger, ayudar y unidos de la mano seguir creciendo con esperanza, firmeza, determinación y
abundante amor.
¡Y si, hasta que la muerte nos separe!